Debate de gallos
Después de tres lustros a la espera, tal vez los ciudadanos puedan ahora asistir a lo que, en cualquier otra circunstancia, parecería un derecho elemental: un debate televisado entre los dos principales aspirantes a la presidencia del Gobierno. La última ocasión en la que el electorado pudo presenciar un encuentro de estas características fue en 1993, con Felipe González en La Moncloa y José María Aznar en la oposición. No le sirvió de mucho al candidato, pese a que en el primero de los dos encuentros celebrados entonces consiguió desestabilizar a González, sorprendido por el hecho de que su rival empleaba la letanía del paro, corrupción y despilfarro con la misma convicción que si recurriese a un argumento. Una vez instalado en la presidencia, Aznar no quiso repetir lo que había reclamado. Tampoco Rajoy aceptó ningún debate cuando se creyó favorito en las elecciones de 2004, y luego lamentó en público su error. Ahora tendría ocasión de enmendarlo.
Tras tantos años sin práctica en estas lides, los dos principales partidos han interpretado como un desafío que se lanza o se recibe la posibilidad de celebrar un debate electoral, y quizá por ello sólo saben comportarse con arreglo al protocolo que rige entre los más fuertes del barrio. El candidato socialista parece estar diciéndole a Rajoy, sabiendo lo mucho que éste arriesga: ¿a que no te atreves? Y Rajoy parece responderle, consciente de que, en retos como éste, pierde quien se achanta: eso no me le dices en la calle. La calle sería, paradójicamente, la televisión privada, no la que es pública y de todos. Como sucede en el desafío entre gallos, poco debería importar dónde se dice lo que los candidatos se tengan que decir. Otra cosa es que tengan que explicar con claridad por qué prefieren un sitio a otro.
Se podría disculpar que los candidatos amaguen con la posibilidad de un cara a cara, siempre y cuando lo haya finalmente. Si se aplicase hasta el final la lógica ventajista que ha regido en este asunto, los programas electorales tendrían que desaparecer también. Y llegaría el momento en que un candidato podría desafiar a otro con hacerlo público.
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