Carta de un amigo a uno de los ministros socialistas del último gabinete de González, podría valer para algunos de los ministros que han venido después de los dos signos políticos, pero sobre todo se la dedico a la ministra Salgado, que por la edad bien pudiera haber participado de los mismos hechos, aprovecho para mostrar un post verdaderamente corto y genial que he podido ver en el blog Rendiciones, cuya administradora es Tempus Fugit, espero que no se moleste pues no le he pedido permiso.
Querido Ministro y, sin embargo, amigo:
¡Cuánta razón tienes al proclamar que las drogas corrompen a la juventud! Tú mismo eras de joven una persona decente, y ahora ya ves, eres Ministro. ¿Y quién o qué es el responsable? LAS DROGAS, LAS PASTILLAS. Sin ellas, tú seguirías siendo aquel joven estudiante encantador, y no un ministro carcamal del Gobierno. ¡Qué tiempos aquéllos, Ministro!, ¿te acuerdas sin-vergonzón?
Era a principios de los setenta. Llegaba el mes de mayo y entonces nos dábamos cuenta de que los exámenes finales estaban al caer. Durante el curso no teníamos tiempo para estudiar, pues había que ir cada día a un montón de manifestaciones: contra la guerra del Vietnam, en favor de los mineros en huelga, reclamando la legalización de los partidos políticos, etcétera. Pero, joder, llegaba mayo con sus flores, y en un mes teníamos que empollarnos aquellos mamotretos de Derecho Canónico, Derecho Romano, y otros bodrios por el estilo. Algo absolutamente imposible sin la ayuda de los camellos, que en aquella edad de oro de las pastillas en realidad eran farmacéuticos. ¡Aquéllos sí que eran camellos y no los de hoy en día! Todos tenían una carrera universitaria, y vendían las pastillas en bonitas y bien iluminadas farmacias con hilo musical, situadas además cerca de casa. No como ahora que los expendedores de pastillas curran en oscuros callejones o en discotecas de bakalao, que siempre están en la quinta hostia, y encima llevan las pastillas escondidas entre los huevos, cosa impensable en un honesto farmacéutico.
Pues como te decía, Ministro, llegaba mayo, y la peña nos reuníamos para estudiar. Antes de empezar, cualquiera se acercaba a la farmacia de la esquina, y compraba un tubo de centramina como quien ahora compra esparadrapo. Bueno, centramina, simpatina, dexedrina, minilips, bustaid, etcétera, etcétera, etcétera, las farmacias eran unos surtidísimos almacenes de anfetaminas de todas clases, y los farmacéuticos te las vendían con absoluta naturalidad.
Gracias a las anfetaminas, nos pasábamos las noches sin dormir, nos aprendíamos de memoria el Código Civil, el Penal, y el de la Circulación si hacía falta, y currando un mes, aprobábamos el curso. Estudiábamos a toda pastilla.
Terminados los exámenes, nos olvidábamos de las anfetas hasta finales del curso siguiente, nadie se quedaba enganchado, y además el hígado no tenía tiempo de destruirse. Como además no estaban consideradas drogas ni estaban prohibidas, pasados los exámenes perdían todo su atractivo. Hablamos de España, claro. En Europa ya andaban con la paranoia prohibicionista, y las pastillas de anfeta, que aquí valí¬an cuatro perras, más arriba de los Pirineos se cotizaban a precios astronómicos. Que te lo digan a ti, Ministro: te pagaste un viaje hasta Estocolmo vendiéndoles por el camino a los hippies franceses, alemanes, holandeses, daneses y suecos pastillas de centramina que compraste en España. ¡Cómo los sangraste, cabronazo!
Cuando aquí comenzó a estar complicado lo de comprar pastillas en la farmacia, a ti ya te daba lo mismo: gracias a las anfetas habías aprobado una carrera, unas brillantes oposiciones y ya tenías la carrera política bien encarrilada. Amigo mío, aunque otros más burros que tú han sido ministros, tú nunca lo hubieses sido sin la ayuda de las pastillas, de esas pastillas que ahora están prohibidas, y que desde luego tu Gobierno no va a autorizar.
Queridos mayores y menores de dieciocho años, llevad cuidadito con el speed, el éxtasis y demás pastillas maravillosas, pues sólo son anfetaminas o cosas parecidas, que te dejan el hígado y el cerebro hecho fosfatina. Y lo que es peor, se empieza abusando de las anfetas, y se acaba de ministro.
En el país de hoy, Antonio Martínez, nos obsequia con otro de sus jugosos e irónicos artículos del que destaco una parte, nos ilustra de lo que podría pasar con la legalización de las drogas, así en general, sabemos como fue en el Chicago años veinte con la prohibición, nunca se bebió más alcohol en EEUU que en esos tiempos, en España y Europa están prohibidas toda clase de drogas, nunca se consumieron tantas, la magia de lo prohibido.
Por otra parte sé de médicos que preguntan a sus pacientes, a los que ellos ven que pueden ser consumidores, según su leal saber y entender, se arriesgan por sus otros pacientes que sufren pues son buenos médicos, la pregunta es, dónde se podría conseguir un poco de marihuana para paliar el dolor de esos enfermos pues ellos no tienen ni idea de cómo conseguirlo y saben que es bueno para sus pacientes. De locos
Dice el artículo: Noticias muy interesantes de esta semana: el Gobierno relaja la ley del alcohol y el consejero de Interior catalán propone la legalización de todas las drogas. Entre una cosa y otra, España podría ser un país muy, pero que muy habitable.
Zapatero hablaría más deprisa, a Rajoy se le escaparía la risa y Acebes andaría abrazándose a las ministras en el Parlamento. "¡Guapa!". El panorama mejoraría muchísimo. Ya sólo faltaría que cundiera el ejemplo en el poder judicial: "Ya no me acuerdo si debo obediencia al PSOE o al PP. Sólo recuerdo que soy muy independiente". Pero la mejor noticia de todas, en esta semana, es que más de la mitad de los adolescentes españoles tiene una cuenta bancaria. Les apuesto lo que quieran a que, en pocos años, esa noticia se convierte en otra: "Dos tercios de los adolescentes españoles tiene hipoteca".
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