Cuento sobre fronteras, cárceles y libertades invisibles.
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En unos tiempos lejanos y unos parajes lejanos también, a un rey se le metió en la cabeza celebrar la primavera con un gesto de renovación . Decidió innovar agregándose, por primera vez los servicios de un Primer ministro.
Fueron enviados varios emisarios por todo el reino, para encontrar hombres llenos de sabiduría y experiencia, entre los que pudiera elegir al consejero ideal. Tras varias semanas de búsqueda, sólo tres concurrentes quedaban en liza. Para elegir entre esos personajes llenos de humanidad y de moderación, el rey decidió someterles a una última prueba.
Los hizo encerrar en una habitación de su castillo, cuya puerta había sido provista de un cerrojo. El mecanismo de éste era especialmente sofisticado: los más grandes sabios del reino habían imaginado su complejidad.
El rey informó a los tres candidatos que quien lograra encontrar los secretos del dispositivo se convertiría en su Primer ministro, siempre, sin embargo, que la solución fuese encontrada antes de finalizar la primavera. Ya sólo quedaban dos meses. Deseó buena suerte a los tres competidores y los dejó ante la solución del problema. En cuento la puerta se cerró, dos de los hombres se lanzaron a difíciles cálculos de probabilidad para intentar descubrir los secretos del cerrojo. Mientras procuraban desvelar su misterio, el tercero se instaló en una silla sin decir nada.
Con las manos apoyadas en las rodillas, observaba los manejos de los otros dos, sin intentar hacer nada con sus manos para averiguar la combinación. Transcurrieron largas jornadas. Los dos primeros se atareaban y desmenuzaban toda clase de hipótesis, el otro permanecía sereno siempre sentado, manteniendo una gran distancia ante la situación . Parecía habitado por un gran autodominio, por una tranquilidad de ánimo, hasta el punto de que esa templanza enojaba más aún a sus dos competidores.
Luego, fortalecido por su faz interior, se levantó, se dirigió hacia la puerta y, sin vacilar, le dio vuelta al pomo y la abrió ¡No estaba cerrada!
El rey recibió al sabio con una amplia sonrisa y le nombró Primer ministro. Y desde entonces, en aquel reino la primavera se instaló para siempre jamás.
A menudo nos creemos encerrados en cárceles o sistemas a los que procuramos adaptarnos, a trancas y barrancas, y cuya salida no vemos. Sin embargo, la cárcel en la que creemos estar encerrados no lo es. Su puerta no tiene cerrojo.
Sólo de nosotros depende girar el pomo para permitirnos una existencia mejor.
Basta con decidirlo. Pues somos libres y no lo sabemos.
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