Se cumplen 70 años del arrasamiento de Gernika por la aviación nazi, aliada de Franco. Nos compadecemos de las víctimas y execramos a los verdugos, como cada vez que evocamos hechos similares; hechos que retratan a la perfección a sus promotores, aunque tampoco faltan quienes los disculpen y comprendan; sólo hay que acordarse del alboroto que montaron (sectores sociales no precisamente marginales, pues el principal partido de la oposición destacó en esa brega) cuando se retiró la estatua ecuestre del dictador de una plaza de Madrid. La villa martirizada de Gernika, por méritos propios y por el valor añadido del cuadro de Picasso, simboliza a los ojos de la humanidad la barbarie de la guerra, y con razón -repito- nos conmovemos con el recordatorio de su bombardeo. Pero eso no es motivo para que olvidemos otras ciudades que han sufrido la misma barbarie.
Madrid, sin ir más lejos, soportó bombardeos constantes desde septiembre del 36. Millones de proyectiles cayeron sobre la capital durante la guerra, causando miles de víctimas. Una noche, la del 17 de noviembre, los muertos por esos bombardeos salvajes fueron 200 (no es cierto que los atentados del 11-M fueran los más graves de la historia de Madrid; Franco los superó con creces, a no ser que consideremos terrorismo poner bombas en los trenes, pero no lanzarlas desde los aviones).
Me ofende que el Gobierno vasco exija al central pedir perdón por aquel "crimen cometido en nombre de España". Mal andan de memoria histórica si todavía no se han enterado de que no fue España la que bombardeó Gernika o Madrid, sino una facción de españoles, mientras la otra parte se defendía como podía de tales agresiones.
Puestos a decir dislates, podríamos sugerir al Gobierno vasco que si Bilbao se hubiese resistido a Franco como lo hizo Madrid -en vez de rendirse a las primeras de cambio, pactando por su cuenta y dejando al resto de España con el culo al aire (la España legal, la republicana, la que les concedió el primer estatuto de autonomía)-, quizás no hubiera que lamentar ahora tantos equívocos; y que el Gobierno vasco debería pedirnos perdón a los demás por aquella defección.
Bien está que alimenten sus mitos, pero no a costa de agraviar a otros, y menos a quienes combatieron a Franco con tanto o más coraje que ellos.
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