En referencia a la columna de Rosa Montero del 8 de marzo, voy a empezar diciendo que, en un mundo inmoral -y lo es por¬que se rige por principios profundamente inmorales-, la denuncia es un acto ético admirable. Lo que me pregunto es si Rosa Montero hace denuncia o simplemente propaganda.
Yo creo que es, francamente, un acto patético de propaganda en favor de no sé muy bien qué. Por ejemplo, cuando se habla de Cuba y se quiere denunciar la falta de respeto a los derechos humanos, clama -por su omisión- la mención al bloqueo asesino de EE UU, pues ¿quién sino la población civil de la isla es víctima de una agresión, generalizada e indiscriminada, al derecho a la salud y al bienestar de los ciudadanos? ¿O es que, acaso, eso no son derechos humanos? ¿Dónde situamos el mayor de los totalitarismos, el del falso libre mercado, que consiste en todo para nosotros y nada para los demás? Merece la pena echar un vistazo a la lista de las ciudades más ricas del mundo para comprobar cómo, entre ellas, figuran México o Sao Paulo, que, si la autora ha visitado, podrá coincidir conmigo en que no son el mejor exponente de igualdad social.
Visto desde esta perspectiva, los países que, como Cuba, Venezuela o Bolivia, se atreven a desafiar al amo, merecen, cuando menos, una crítica ecuánime y no el animado coro de palmeros al que estamos acostumbrados. Así pues, y para utilizar las propias palabras de Rosa Montero, cuesta mucho romper el techo de silencio, las viejas rutinas mentales, la extraña impunidad que rodea a... ¿quién o qué?
LUIS CEREZO. Cartas al director en el País semanal.
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