A veces se suelen ven en la prensa, en cierta prensa, tanto en sus editoriales, como en sus columnistas, así como en las personas que escriben las cartas al director que, tienen envidia de lo patriotas que son los norteamericanos, se llevan la mano al pecho y cantan el himno a la menor ocasión, ya sea en eventos deportivos o de cualquier índole, casi todos tienen una bandera en casa y si tienen jardín pues la ponen todos los días en él, con su mástil y todo, están orgullosos de su patria. Como si todo esto fuese motivo para tener envidia y como si todas estas actitudes demostrasen amor a la patria, cosa tan eterea e inmaterial, por otra parte.
Luego está la hora de la verdad, la hora de demostrar que se es patriota de la forma que se piensa y se grita, son como aquellos famosos 'sepulcros blanqueados' de los que hablaba la Biblia que tanto dicen que conocen, como ellos, todos se dan golpes de pecho ante un público, luego la realidad es la que es, pues parece como si todos estuviesen en todo momento dispuestos a dar hasta la última gota de su sangre por la patria, pero es de boquilla, sólo tenemos que mirar los nombres de los que están en la guerra de Irak y como se ganaban la vida fuera del ejército, si es que se la ganaban, Paul Kennedy una pluma norteamericana notable, nos lo explica muy bien en el extracto del artículo que se pudo leer en el país el domingo pasado.
"Muy pocos o ninguno de los "distinguidos profesores" de instituciones de derechas que se alimentan de la política de Washington van a ponerse un uniforme. Y, en cuanto a los banqueros, abogados, consultores y especialistas médicos bien pagados de los barrios lujosos de Los Ángeles y Long Island, ¡qué va! Su problema es cómo conseguir un nuevo Ferrari antes que el vecino.
No, los que están luchando en esta guerra, a los que ahora se pide que mantengan el rumbo, proceden de otras clases sociales y otros distritos postales. En un montaje conmovedor pero verdaderamente inquietante que apareció el día de Año Nuevo, The New York Times reproducía fotografías de todos los soldados estadounidenses muertos en Irak desde octubre de 2005, es decir, desde que murieron los primeros 2.000. Los muertos eran -decía el artículo que acompañaba las imágenes- "sobre todo, hombres blancos de áreas rurales, soldados tan jóvenes que aún tenían fresco el recuerdo de sus hazañas en el fútbol americano del instituto y sus correrías de adolescentes". Había también un número importante de afroamericanos e hispanos.
A primera vista, no me pareció que hubiera entre los fallecidos muchos procedentes de la Facultad de Derecho de Harvard, la firma Goldman Sachs o algún instituto de cirugía facial de California. Nuestro país está completamente dislocado en este sentido, y la mayoría de la gente seguramente lo sabe pero no lo quiere decir, porque podría evocar una palabra tabú: el reclutamiento obligatorio.Gobernar es tomar decisiones difíciles.
Pero a los dirigentes políticos de Estados Unidos no les gusta, así que vamos a pedir a nuestras cansadas tropas que vuelvan a "aumentar".
Puede que de esa forma obtengamos la victoria -si es que alguien sabe qué significa eso-, pero será un proceso divisivo e inmoral, porque las clases altas y nuestros patrióticos intelectuales pueden eludir hábilmente las penalidades de la guerra. Por tanto, si en las semanas y los meses venideros oyen a algún político o experto neoconservador insistir, desde la tranquilidad de un estudio de televisión, en que debemos "mantener el rumbo", por favor, por favor, pregúntenle: "¿Quién cree usted que va a mantener el rumbo a medianoche en el centro de Faluya?".
A lo mejor, por una vez, podrían dejar a esos hipócritas sin habla".
El artículo. ¿quién es el que debe mantener el rumbo? de Paul Kennedy, ocupa la cátedra J. Richardson de Historia y es director del Instituto de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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