Un millón de euros
JUAN JOSÉ MILLAS
Se me apareció el diablo y me dio a elegir entre que España llegara a los cuartos de final o que me tocara la lotería. Tuve Un movimiento mezquino y le pregunté de qué cantidad estábamos hablando. Me dijo que podía ser un euro o un millón y que no estaba autorizado a dar más datos. Conociendo al diablo, supuse que me tocaría un euro.
De otro lado, imaginé la decepción general, incluso la mía, si perdíamos contra Francia, sobre todo ahora que los chicos se habían colocado tan bien y que respetaban al entrenador como a un padre. La selección, me dije, había devenido en un ejemplo de comportamiento familiar, aunque faltaba la figura femenina. Los equipos deberían tener un entrenador y una entrenadora para huir del modelo sacerdotal, sobre todo en unos momentos en los que la familia, como acertadamente denuncian Rouco y Rajoy, está tan amenazada por las iniciativas del PSOE.
Es obligación de todos colaborar al mantenimiento de los roles tradicionales con el mismo empeño que ponemos en la difusión de los Rolex de siempre.
Le pregunté al diablo qué quería decir la expresión "cuartos de final" porque llevo años oyendo hablar de los cuartos de final y de los octavos de final sin saber qué rayos significa. En una de éstas, me lo pregunta mi mujer y la tenemos. Ya la tuvimos con el fuera de juego, y delante de los niños, que no tienen la culpa del Mundial. Y es que, cuando me enteré de que España había llegado a los octavos de final, interpreté erróneamente que estaba entre los ocho mejores. Luego, viendo un programa de la Cuatro, advertí con pavor que en los octavos de final había dieciséis. El diablo me reveló que en los octavos de final había cuatro grupos de cuatro equipos cada uno. Y que en los cuartos de final habría dos grupos de cuatro. O sea, que, de llegar a los cuartos de final, quedaríamos entre los ochos finalistas. No entendí la mecánica, pero asentí.
—¿Qué prefieres, eso o la lotería?, me apremió.
—Que sean los cuartos de final, dije en un arranque de generosidad (convencido de que me tocaría un euro, claro).
Esa tarde, estábamos viendo un partido del Mundial (no iba a ser de la Liga, no los grabo, no soy un perverso) cuando mi mujer intentó explicarme qué eran los octavos de final. La miré con horror y advertí que se lo había explicado el diablo. De qué, si no, iba a saber ella una cosa así. Le dije que ya lo sabía y dedujo, por su parte, que yo también había hecho tratos con Satán. No logré averiguar qué le había propuesto a ella, pero me llamó idiota (y, lo que es peor, patriota) cuando le conté lo de la lotería.
—Conociendo al diablo, añadió, seguro que era un millón de euros.
El País 27-6-06
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