lunes, junio 25, 2007

En busca de la hegemonía perdida



La Iglesia católica se ha empeñado en declarar la guerra al Estado en materia de enseñanza de (o en) valores. Por lo pronto, recuerdo a sus prebostes que toda religión es, precisamente, católica (del griego katholiké: universal). Todos los credos aspiran a transmitir a sus creyentes ideas con pretensiones de universalidad. Así, la tolerancia, el amor al prójimo, la ternura, la piedad, la misericordia o la fraternidad, son acogidas tanto por el cristianismo como por el judaísmo, el islam, el budismo, el confucianismo, el sintoísmo, porque pueden (o deben) ayudar al ser humano, de cualquier lugar de este mundo, a ser persona, esto es, realidad abierta a los demás, al cosmos físico, social y/o al dios correspondiente a cada una de aquellas confesiones.

Sin embargo, la Iglesia jerárquica, institucionalizada, aun habiendo cometido, durante siglos, las peores tropelías contra la dignidad humana, debido a su intolerancia, reincide todavía, comoquiera que exhorta a sus huestes a una "lucha ideológica" para reconquistar el poder perdido. No sólo porque se manifiesten en contra de una asignatura sabida de todos, sino porque, en su reduccionismo doctrinal, en su redomado maniqueísmo y en su proceder, se han propuesto, una vez más, instaurar el miedo a la "condenación eterna".

Éste no es el camino emprendido ni por el dios de Abraham ni por ningún genuino sucesor de san Pedro: ellos jamás tratarían de monopolizar el fenómeno religioso, como lo ansía la Conferencia Episcopal Española, cuyos reaccionarios integrantes, en su apuesta por una "objeción" mal entendida, buscan, consciente o inconscientemente, suplantar al mismísimo Dios, más concebido como un líder justiciero y vengativo para quien peque de libertad de elección a la hora de estudiar los valores que nos humanizan.

Esta actitud del cardenal Rouco, o de monseñor Cañizares, antes bien, tiende a crear un rebaño de dogmáticos y una dictadura en el ámbito de la fe. Esto sí que es pecado.-



Cartas al director. El País. Manuel Castellanos Plaza. El Palmar, Murcia.

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