Esta es la cara que se te queda cuando ves la resolución del Tribunal Constitucional que pone fin a las instancias judiciales españolas (se puede recurrir a instancias europeas) sobre los despidos de los profesores de religión en los colegios, nada más lejos de mi ánimo tampoco defender a los profesores de religión desde una perspectiva que no sea la de que son trabajadores españoles y, como tales, tienen que tener los deberes y derechos constitucionales que eso conlleva, y es precisamente el TC el que nos dice que el concordato de 1979 con la Iglesia está por encima de los derechos contitucionales de los españoles, además alegando que, es un tratado internacional con otro Estado, sobre este particular me gustaría citar dos consideraciones de Dionisio Llamazares en su artículo del país este domingo (copiado de la bitácora almendrón) que nos ilustran muy bien sobre lo particular que es este "tratado", del cual, no nos puede caber ninguna duda, es inconstitucional.
"Debo hacer dos observaciones.
Primera, se les considera tratados internacionales y, en realidad, son acuerdos, no entre dos Estados, sino entre un Estado y una organización confesional internacional; entre los primeros rige el principio de reciprocidad; no en el caso de los concordatos. Un ejemplo: el Estado reconoce eficacia civil al matrimonio canónico, pero la Iglesia no reconoce eficacia canónica al matrimonio civil.
Segunda, el Derecho canónico medieval incorpora el principio romano de que el príncipe no está subordinado a la ley, del que derivará este otro: la Primera Sede por nadie puede ser juzgada, todavía proclamado en el Código vigente (can. 1404). No es asunto baladí. ¿Puede haber control jurisdiccional real del concordato si una de las partes rechaza la instancia superior?"
Son infinidad de casos, los sentenciados y condenados en contra de la Iglesia por despidos irregulares, en algunos casos ha sido condenada con la misma persona seis veces , da igual, la Iglesia escoge al profesor de religión, la Iglesia es condenada por despido irregular, y paga el Estado la indemnización, Secula seculorum, amén, creo que lo mejor es tomárselo como se lo toma Antonio Martínez en su magistral artículo del domingo, que, aunque en tono jocoso e irónico, tiene bastante sensatez y unas buenas cargas de profundidad.
ALMAS PURAS
Antonio Martínez (el país)
"Un acuerdo bueno sería: vale, tú me enseñas religión en la escuela, pero a cambio os convertís al cristianismo. Paso de gigante".
CUENTA WOODY ALLEN en Annie Hall que le suspendieron en un examen de metafísica por mirar el alma de un compañero. En España le hemos dado una vuelta de tuerca al chiste: los obispos podrán asomarse al alma de los profesores de religión, para aprobarlos o suspenderlos. Sin ninguna duda, habrá base jurídica para este disparate, pero sobre todo es muy divertido... "Bien, bien, de manera que quiere usted dar clase de religión: desnude su alma de cintura para abajo, que le vamos a examinar".
Es divertido, salvo que seas profesor de religión y tengas a un obispo mirando tu alma. Eso tiene que ser sin duda un problema grave. En los controles del aeropuerto, por ejemplo: "Disculpe, pero lleva usted un obispo en la chepa". "Es que me examina el alma en mi vida privada". "Tiene que pasarlo por el detector". Pasas al obispo por la cinta, como quien pasa el ordenador o el teléfono móvil, en ese momento pecas (de pensamiento, o le tiras un besito al segurata) y entonces qué. Cuando te vuelves a colocar el obispo, el alma ya no es lo que era.
En la misma línea, los profesores de matemáticas que no sepan hacer de memoria la cuenta del supermercado deberían ser despedidos. ¿Cómo confiar la educación en una materia tan sensible a alguien que no aplica sus conocimientos en la vida privada? Asimismo serán destituidos de sus puestos los profesores de filosofía que no sepan qué hacer con su vida. O al revés: se les aumentará el sueldo, porque quizá la función de los profesores de filosofía sea introducir dudas en sus alumnos. En ese caso habría que despedir a los profesores de filosofía que sean felices, por incitación al engaño, o a aquellos que estén muy seguros de algo.
En cuanto a la religión en la escuela, cualquier observador imparcial, por ejemplo un saturnino que viniera ocasionalmente a España, se daría cuenta de que tenemos un problema mal resuelto, expresión fina que modernamente llamaríamos un marrón, pero qué necesidad hay de llamar a las cosas por su nombre. Impartir en horario escolar, en la escuela pública, una materia que depende de una institución ajena al Estado no tiene pies ni cabeza, pero no hay Gobierno que se atreva a denunciar los acuerdos con el Vaticano que permiten eso, dado el pollo repollo que se organizaría. ¿Qué hacer?
A veces nos ahogamos en un vaso de agua. Seamos prácticos: ahora mismo, en España, los 10 mandamientos son casi un programa revolucionario. Pensemos que incluyen no matarás y no mentirás. Esto es mucho en la política española. Y más allá: si los obispos se aplicaran el no mentirás a rajatabla en sus medios de comunicación, España sería otra cosa. Y qué decir del cristianismo. No es que sea revolucionario: es una utopía peligrosa. A quién se le ocurre hoy defender las virtudes del perdón y la generosidad. A nadie, y menos que a nadie a los dirigentes del partido que con más griterío proclaman los valores cristianos. Ni perdón, ni generosidad, ni puñetas, y la otra mejilla, que la ponga ZP, que se la caliento igual. ¡Venganza! Están en el Antiguo Testamento. Un acuerdo bueno sería: vale, tú me enseñas religión en la escuela, pero a cambio os convertís al cristianismo. Paso de gigante.
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