martes, marzo 27, 2007

El epicentro

Dios y otros misterios
Rosa Montero

Aunque soy agnóstica y vivo completamente al margen de cualquier divinidad y religión organizada, siempre me han parecido conmovedores los ímprobos esfuerzos del ser humano por intentar definir o encontrar a Dios. Esfuerzos todos ellos bastante patéticos, porque Dios es un sinónimo del misterio de la vida, de la inaprensible enormidad del mundo vista desde nuestra pequenez irremediable, y todos los dioses que los humanos hemos creado no son sino desesperadas traducciones, siempre insuficientes y reductoras, del colosal enigma de la existencia.

Hay tantas ideas y representaciones del Ser Supremo como millones de individuos existen y han existido sobre la Tierra. Por ejemplo, Spinoza dice que Dios es peor que malo: es indiferente. Una frase fríamente angustiosa que habla de nuestra dificultad para aceptar el horror y el dolor. El romano Plinio ofrece un concepto más consolador: "Dios significa para un mortal ayudar a otro mortal, y este es el camino para la gloria eterna". Creo que puedo compartir este punto de vista. Los humanos estamos tan necesitados de nombrar lo Absoluto que incluso los ateos y los agnósticos solemos tener alguna idea con la que sustituir la presencia de lo divino. Puede ser el humanismo, la sabiduría, la maduración personal, la solidaridad, la revolución, la belleza, el arte, incluso el amor carnal... Todos nos esforzamos en encontrar algo que justifique el vacío y el vértigo de la vida.

Algunas personas llevan esta necesidad de lo religioso hasta extremos ridículos. Una norteamericana estrafalaria acaba de subastar en Internet una tostada milagrosa. Todo empezó en 1994, un día que a la mujer se le ocurrió prepararse un sandwich de queso y margarina. Ya le había pegado el primer mordisco cuando vio que, dibujada en claroscuro sobre el pan requemado, se veía la cara de la Virgen. O de algo que podía ser tomado por una Virgen, si uno tiene verdaderas ganas de encontrar milagros en la superficie de una tostada torrefacta y pringosa. Emocionada, la mujer guardó el pedazo de pan mordido, que permaneció incorrupto todos estos años y que le permitió ganar miles de dólares en el casino, al que acudía siempre acompañada de la grasienta reliquia...

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