De la intervención del cómico Rubianes en una tele pública me duelen para empezar las palabras elegidas, es una violencia verbal que se va asentando en España y a la que fatalmente nos acabaremos acostumbrando. No quiero decir que las personas que forman el mundo de la cultura deban servir de ejemplo, pero sí se les debiera presuponer una manera diferente de expresar una idea.
Hay dos cosas en torno a este asunto que me preocupan, no sólo a mí, sino a personas como yo, a las que integraría en el resbaladizo pero significativo calificativo de "democráticas", término que se repite mucho pero se practica poco. La primera es la dificultad que existe en nuestro país de afear la conducta a alguien que tú consideras de los tuyos. Es una carencia que tenemos, que debe estar relacionada con lo que suele decirme un amigo angloespañol: "Inglaterra ha vivido 300 años de democracia; España, 30, y eso se nota". Se nota en que los primeros que tendrían que haber afeado la conducta del cómico de verbo rabioso debieran haber sido los suyos; de igual forma que mal futuro le espera a la derecha si deja que sus voceros sean de corte cromañónico.
Mi segunda preocupación, la que comparto con gente que está espantada del tono general y que se siente ajena al país y desconsolada, es la idea de que unas comunidades (presuntamente más laboriosas) alimentan a otras. Es una idea latente que emerge en cuanto algunos relajan su discurso, y se podría decir que hay hoy una alegre relajación general: hablamos en los medios públicos como en los bares. La diferencia debiera ser que en el bar uno está en su derecho de dar puñetazos en la barra, faltaría más, mientras que en un medio público uno debiera pensar lo que dice dos veces. Esto de que el pobre ha de estar agradecido al rico no sólo es reaccionario, sino radicalmente falso: los inmigrantes andaluces, extremeños, murcianos que trabajaron en otras zonas de España o en Alemania se ganaron el pan con el sudor de su frente, de la misma forma que al ecuatoriano o al polaco que llegan a nuestro país no sólo nadie les regala nada, sino que contribuyen a nuestro bienestar. Es el mismo ejemplo, sólo que uno luce el disfraz progresista y el otro carca, y así nos va.
Elvira Lindo en el País
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