El Duende de los extravios: Paseo por Santander

Los sábados y domingos, si el tiempo acompaña suelo salir muy de mañanuca a hacer unos Kms. andando a lo largo y traves de la ciudad, me gusta sobre todo andar cerca del mar, ya que no puedo por razones varias practicar los deportes que más me gusta practicar, que son el fútbol y el tenis, digo practicar, no ver como los practican otros por la tele, pues ese es mi modo de estar en forma, la ciudad en ese momento parece como de uno, se sienten los olores de las primeras flores de mayo, vas solo, la ciudad se va lenta pero inexorablemente despertando y poco a poco te vas dando cuenta también que no estás solo, que vas encontrando más gente en situaciones variadas, unos van terminando la noche que empezaron, otros pasean o corren, están los que hace poco se han despertado y trabajan para que los demás no vean los rastros de suciedad que han dejado las batallas nocturnas, suelo llevar mi cámara de fotos y quiero mostrar lo que vi el anterior fin de semana.
En lo que los santanderinos llamamos la curva de la Magdalena siempre me encuentro a uno que no se mueve de ahí, "el botas", poeta del mar, que se quedó con ese nombre por esas botas marineras que luce en la estatua.


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Unos metros más adelante, en la terraza de la primera playa del Sardinero, vi a esta chica, ajena a todo, no se enteró que le hice una foto incluso, eran las siete y media de la mañana, no sé que haría o a quien esperaría o, si estaba ahí precisamente porque la quietud y silencio que envolvia en ese momento el Sardinero la hacían abstraerse en la lectura y no pensar en nada más, ni siquiera los barcos que esperan la entrada en el puerto le distraen de lo que parece una enganchante lectura.


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Cerca, en los Jardines de Piquío, que en ese momento y aunque no tenían muchas flores, estaban majestuosos con sus luces y palmeras, iba esta pareja paseando, y, era para mi, una clara actitud de paseo y turismo, me pregunté ¿tan pronto? la verdad es que el espectáculo, que realmente merecía el haberse despertado pronto, sólo se puede atisbar en las imágenes, para describirlo con palabras, hay que saber muchas palabras y juntarlas adecuadamente lo cual no es mi caso.


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En ese charquito que se ve ahí en medio, y en los mismos jardines, algo se estaba cociendo, de lo cual la pareja que paseaba no era consciente, en ese charquito que se ve en la foto señalado con una flecha, una paloma (la que está más cerca) bebía tranquilamente, y, de repente, se acercó la otra, que debía de ser otro pues se veía claramente que no quería saciar su sed de agua, lo que quería saciar era otro tipo de sed, la que bebía, siguió bebiendo como sin hacer caso y un poco más tarde emprendieron el vuelo juntos.


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En mi paso por la segunda playa del Sardinero, casi al final, estaba esta pareja, detrás de ellos, no se ve, pero venía el camión del ayuntamiento que arrastraba una especie de rastrillo gigante, en el cual iban subidos, para hacer peso, dos operarios y, se dedicaban a limpiar de inmundicia y de lo que deja la marea, la arena de la playa, no quise sacarlo pues me pareció que contaminaba una foto que expresa lo que puede ser un elegante rito de apareamiento, parece que no han terminado de decirse durante la noche todo lo que querían y fueron a la playa a ver amanecer frente al mar y los barcos, no se sabe quién está mirando a quién, si éstos a la pareja o viceversa, o si ambos se ignoraban y estaban a lo suyo.


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Desde mi privilegiada atalaya, a lo lejos, pude ver esa señora que bañaba sus pies en el agua salada, práctica muy saludable para la buena circulación de piernas, ella también vería, creo yo, la bella panorámica que, entre la bruma, la salida del sol estaba gestando.


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Por esta otra parte de la ciudad, lo que llamamos bajamar, frente al museo maritimo, camino de la playa uno de los días, estas señoras paseaban delante de mi y, mientras, la bomba riega, mojaba las calles, los alemanes dormían. Luego más tarde llovió.


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Otra de esas mañanas, en la primera playa del Sardinero, un señor en una punta pescaba y dos muchachos que tenían pinta de haber dormido unas horas en la playa, se bañaban, las siete de la mañana, el agua muy fresca, eso seguro.


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Ese mismo día cerca de allí en la ensenada de la playa del Camello y en la playa, a esas horas la brigada de limpieza acababa con los restos del botellón de la noche anterior, me di cuenta que los del botellón no son nada tontos, el sitio, con el mar Cantábrico y, más allá, sólo Inglaterra que decían los antiguos, hay que reconocer que no es un mal sitio. Eso sí, antes que los de la limpieza, vienen las palomas, ellas si que saben donde hay restos de lo que sea.


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Son muchas las personas que te encuentras pescando en los sitios más inverosímiles.


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Ya de vuelta hacia el centro, a buscar el primer pan, me di cuenta que acababan de abrir una valla que impedía sacar una foto de la nueva ubicación de la estatua de Velarde, héroe del dos de mayo, me acerque a tirar una foto y, vi mientras enfocaba, un bulto allí a lo lejos, en los soportales de la plaza porticada, en la central de caja Cantabria, era el dormitorio de un indigente, que, ese sí, ajeno a todo, dormía junto a su perro.



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Seguí mi camino hacia la que para mi es la panadería que hace el mejor pan del mundo, la panera de la calle Arrabal, y, muy cerca de donde dormía el señor y su perro, en la entrada de la calle Hernán Cortés, un empleado del ayuntamiento regaba la calle, preparándola para la inminente invasión de personas que pretenden pasar un día de ocio, de paseo, de compras, de aperitivo, quién sabe, unos trabajan para que otros puedan ver la ciudad limpia al despertarse, la volverán a manchar, y, ellos la volverán a limpiar. C´est la vie.