lunes, mayo 14, 2007

Mierbella

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Las regiones del cerebro

Para quienes nunca la hemos pisa­do, Marbella constituye un terri­torio mítico, un espacio fantásti­co, una región novelesca confor­mada por puertos deportivos, res­taurantes de 15 tenedores, cam­pos de golf y mansiones hollywoodenses por cuyas habitaciones se extravían mujeres rubias y opera­das detrás de hombres gordos e inoperables. Queremos decir que si bien es cierto que la localidad malagueña puede encontrarse en algún lugar de la geoerafía española, su lugar natural es sin em­bargo la cabeza de los españoles. Del mismo modo que hay en el cerebro una zona en la que reside el lenguaje y otra en la que resi­den los sentimientos, hay una zo­na de nuestro cerebro de reptil en la que se encuentra Marbella.

Si quiere usted entender el ca­rácter profundamente onírico de esta ciudad, cierre los ojos y dirí­jase imaginariamente a la región cerebral correspondiente, donde verá, entre otras maravillas, un campo de golf nocturno (¡un campo de gol nocturno!), en el que los jugadores, ataviados de blanco, se mueven como espec­tros a la luz de la luna, golpean­do esas bolitas repletas de ama­bles cráteres. Llámase el creador de ese universo quimérico Jesús Gil, que, contra toda evidencia, no está muerto, porque por más que él se disfrazara de anécdota, era una categoría, y las catego­rías son eternas. En la mente de todos nosotros, a la manera de un reflejo pavloviano, cuando de­cimos Marbella se nos aparece Gil y Gil, precedido de su ostentóreo paquete intestinal.

Dentro de ese espacio noveles­co sucedió el pasado año una ca­tástrofe completamente imagina­ria, aunque a la altura narrativa de las mansiones, de los yates, de los campos de golf, de las mujeres rubias y operadas, etc. Nos referi­mos a la Operación Malaya, por la que la policía detuvo práctica­mente a toda la corporación muni­cipal, además de a un buen núme­ro de abogados, notarios, arquitec­tos, constructores, folclóricas, gente particular y personas que pasa­ban por allí, todas culpables (pre­suntas) de cohechos y corrupcio­nes inagotables. La trama descu­bierta era de tal calibre que una parte de la policía tuvo que dete­ner a la otra parte, también por su (presunta) implicación. El suceso, más que como una operación poli­cial, fue recibido como un desas­tre natural, una riada, un terremo­to de 5,6 en la escala de Richter. Las personas que teníamos fami­lia en Marbella llamábamos por teléfono para interesarnos por su situación procesal, como cuando hay gota fría y llamas para ver si a la abuela se le ha inundado la coci­na. Yo telefoneé para ver si ha­bían detenido a mi cuñado, que es registrador.
— ¿Han detenido ya a Federi­co?
— Todavía no. Estamos muy preocupados.
Y es que si durante esos días de ruido y furia no pasabas por la cárcel mítica de Alhaurín de la Torre estabas acabado.

En la actualidad, la ciudad permanece gobernada por una comi­sión gestora (otra cosa realmente novelesca, singular, única) a la es­pera de que lleguen las elecciones, que volverá a ganar, salga quien salga, Jesús Gil. Entre tanto, con­tinúan las detenciones en las que caen tonadilleras y franquistas de toda la vida y socialistas sobreve­nidos y gente que pasaba por allí, sin que por eso el culebrón se acla­re o dé síntomas de agotamiento. En cuanto a mi cuñado, que conti­núa libre, se ha convertido en el hazmerreír de la familia.

Juan José Millás en el país. ($)

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