Las regiones del cerebro
Para quienes nunca la hemos pisado, Marbella constituye un territorio mítico, un espacio fantástico, una región novelesca conformada por puertos deportivos, restaurantes de 15 tenedores, campos de golf y mansiones hollywoodenses por cuyas habitaciones se extravían mujeres rubias y operadas detrás de hombres gordos e inoperables. Queremos decir que si bien es cierto que la localidad malagueña puede encontrarse en algún lugar de la geoerafía española, su lugar natural es sin embargo la cabeza de los españoles. Del mismo modo que hay en el cerebro una zona en la que reside el lenguaje y otra en la que residen los sentimientos, hay una zona de nuestro cerebro de reptil en la que se encuentra Marbella.
Si quiere usted entender el carácter profundamente onírico de esta ciudad, cierre los ojos y diríjase imaginariamente a la región cerebral correspondiente, donde verá, entre otras maravillas, un campo de golf nocturno (¡un campo de gol nocturno!), en el que los jugadores, ataviados de blanco, se mueven como espectros a la luz de la luna, golpeando esas bolitas repletas de amables cráteres. Llámase el creador de ese universo quimérico Jesús Gil, que, contra toda evidencia, no está muerto, porque por más que él se disfrazara de anécdota, era una categoría, y las categorías son eternas. En la mente de todos nosotros, a la manera de un reflejo pavloviano, cuando decimos Marbella se nos aparece Gil y Gil, precedido de su ostentóreo paquete intestinal.
Dentro de ese espacio novelesco sucedió el pasado año una catástrofe completamente imaginaria, aunque a la altura narrativa de las mansiones, de los yates, de los campos de golf, de las mujeres rubias y operadas, etc. Nos referimos a la Operación Malaya, por la que la policía detuvo prácticamente a toda la corporación municipal, además de a un buen número de abogados, notarios, arquitectos, constructores, folclóricas, gente particular y personas que pasaban por allí, todas culpables (presuntas) de cohechos y corrupciones inagotables. La trama descubierta era de tal calibre que una parte de la policía tuvo que detener a la otra parte, también por su (presunta) implicación. El suceso, más que como una operación policial, fue recibido como un desastre natural, una riada, un terremoto de 5,6 en la escala de Richter. Las personas que teníamos familia en Marbella llamábamos por teléfono para interesarnos por su situación procesal, como cuando hay gota fría y llamas para ver si a la abuela se le ha inundado la cocina. Yo telefoneé para ver si habían detenido a mi cuñado, que es registrador.
— ¿Han detenido ya a Federico?
— Todavía no. Estamos muy preocupados.
Y es que si durante esos días de ruido y furia no pasabas por la cárcel mítica de Alhaurín de la Torre estabas acabado.
En la actualidad, la ciudad permanece gobernada por una comisión gestora (otra cosa realmente novelesca, singular, única) a la espera de que lleguen las elecciones, que volverá a ganar, salga quien salga, Jesús Gil. Entre tanto, continúan las detenciones en las que caen tonadilleras y franquistas de toda la vida y socialistas sobrevenidos y gente que pasaba por allí, sin que por eso el culebrón se aclare o dé síntomas de agotamiento. En cuanto a mi cuñado, que continúa libre, se ha convertido en el hazmerreír de la familia.
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