miércoles, junio 22, 2005

El misterio de la risa

La risa es un reflejo sorprendente que consiste en la contracción simultánea de 15 músculos de la cara acompañada de respiraciones espasmódicas y de sonidos entrecortados irreprimibles. El hecho de que nos riamos en respuesta a estímulos tan diversos como un chiste, una situación ridícula inesperada, un traspié ajeno o unas buenas cosquillas ha dejado perplejos a cientos de filósofos, antropólogos y psicólogos de todas las épocas.

Quizá no exista otro acto humano que, a pesar de haber despertado la curiosidad de tantos investigadores, se mantenga a estas alturas tan inexplicado.

Desde Aristóteles hasta Descartes, la mayoría de los pensadores de antaño consideraba la risa predominantemente una manifestación de burla y de desprecio. La Biblia menciona la risa en unos 30 pasajes, y en casi todos el protagonista risueño busca mofarse o humillar a un semejante. Durante siglos, la risa ha estado unida a la agresión entre las personas. La historia está repleta de hombres y mujeres que temían a una risa más que al puñal. Por otra parte, la violencia más cruel era motivo de risas en la antigüedad. Los patricios romanos acudían diariamente al circo, donde carcajeaban ante los espectáculos sadomasoquistas más salvajes. Otro viejo objeto de risotadas han sido las deformidades del cuerpo. No pocos príncipes del Renacimiento coleccionaban enanos y jorobados para animar sus fiestas.

Con el paso del tiempo la risa se ha humanizado y ha perdido utilidad como arma mordaz. Hoy ya no nos reímos al presenciar escenas de auténtica brutalidad, ni rompemos a carcajadas ante el aspecto desfigurado de algún inválido. La violencia que nos divierte ahora se caracteriza por ser repetitiva, grotesca y, sobre todo, irreal. Los ingredientes más frecuentes del humorismo de nuestros días son el sexo frustrado, la funciones excretorias, las caricaturas de conductas sádicas, las vejaciones de poderosos y los conflictos de valores sociales. Nos reímos espontáneamente en situaciones de triunfo, de asombro, de vergüenza ajena. Pero para reírnos con ganas debemos estar libres de dolor y de tristezas y disfrutar de un estado de ánimo placentero. Es como el ronroneo de los gatos, sólo lo producen cuando están contentos.

Un enigma fascinante es la risa que causan las cosquillas. Es curioso que no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos. Me imagino que la razón es la falta del factor sorpresa y de esa aprensión nerviosa que suscita en nosotros el contacto físico con otra persona. Charles Darwin sugirió que las cosquillas nos ayudan a adaptarnos. Juegan, por ejemplo un papel importante en el fortalecimiento de los lazos entre padres e hijos. Cuando el padre o la madre hacen cosquillas con cariño al bebé, el pequeño ríe excitado de placer, el progenitor se gratifica y ambos se conectan emocionalmente. Esta unión supone más seguridad para la supervivencia de la criatura.

La risa es un regalo misterioso de la naturaleza que va incluido en nuestro equipaje al nacer. Sospecho que su función primordial es aliviarnos la tensión emocional, descartar la inseguridad. El miedo y la ansiedad que, como Sigmund Freud advirtió, reprimimos en el inconsciente. La risa nos permite, además, tratar con ingenio situaciones disparatadas y afrontar con ironía nuestros fracasos. Incluso la risa que acompaña al humor negro es saludable. Actúa de purgante psicológico que nos libera temporalmente de complejos, de obsesiones y de tendencias destructivas. Una buena carcajada nos oxigena. Nos mantiene en forma física y mental. Alimenta en nosotros una perspectiva jovial, tolerante y despegada de los inevitables sinsentidos y frustraciones del día a día. La gran virtud de la risa es que alegra la vida y, probablemente, también la alarga.

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