viernes, junio 24, 2005

LA MENTE Y LA CARNE

detalle de el jardin de las delicias de el BoscoEl cuerpo es un banquete y es una cárcel. Esa carne sometida a las necesidades, ese cuerpo que precisa comer y dormir y beber, que duele y se cansa, que se enferma, nos recuerda nuestra absoluta fragilidad.

Y para colmo el sexo. Dentro del conflicto de la carne, el sexo es la apoteosis de la confusión. Porque el sexo es pura piel y cuerpo y jugos animales, pero también ( o quizá sobre todo) es imaginación y mente y espíritu. Si el sexo se redujera a la mera carne, la masturbación no tendría rival: porque quién nos puede conocer mejor que nuestra propia mano. Pero el sexo es esa actividad sísmica del organismo que aúna, en el relámpago de un instante, el cuerpo y la cabeza, la conciencia aguda del yo y la disolución de toda conciencia. La piel se incendia en el amor y, curiosamente, desaparece, anulando las fronteras materiales entre los amantes. Lo maravilloso del sexo es ese abismo: uno se cae dentro del otro. Durante un tumultuoso segundo te fundes con tu pareja y dejas de estar íntimamente solo, y mientras eres dos te sientes inmortal, porque la muerte, enemiga cobarde, sólo ataca al yo individual. Supongo que de ahí debe venir la famosa melancolía post-coito: del dolor de tener que regresar a tu destino efímero y humano, al encierro del cuerpo solitario que te mata.

Pero para que se produzca esa fiebre gloriosa y esa explosión de vida es necesario hacer el amor con la mente y con la carne al mismo tiempo. Si sólo implicamos el cuerpo en el asunto, el encuentro se reduce a un remedo de onanismo bastante estúpido, porque, además de las dudas razonables sobre el resultado físico, encima es menester dar conversación. Y si sólo aplicamos la cabeza, las consecuencias suelen ser catastróficas, una mera gimnasia sin enjundia, una frustración de los sentidos.

Pensaba estas cosas mientras leía el libro “la vida sexual de Catherine M.”, Un tedioso y reiterativo relato de coitos multitudinarios contados como si no tuvieran consecuencias ni ninguna importancia, como si todos fuéramos felices siendo tan amorales y tan modernos. Dicen los críticos que es un libro valiente, confundiendo exhibicionismo con veracidad.

Sólo la cuarta parte del libro es interesante, donde la protagonista habla de su dificultad para relacionarse con los otros; del sexo como intento fallido y frustrante de suplantar una comunicación imposible ; de que pese al trajín orgiástico, tardó muchísimos años en conocer el orgasmo; del dolor y el encierro de la carne. Porque nuestros actos si tienen consecuencias, si tienen importancia. Lo realmente valorable del libro no es la parte estrictamente amatoria, aunque casi todo el libro es un relato de cuerpos entrelazados y posiciones amatorias de todo tipo, sino el hecho de que a través de una sexualidad totalmente disociada, se puede adivinar una infelicidad primaria de los humanos: el conflicto entre la mente y la carne, el sufrimiento de un cuerpo que es a la vez gloria y prisión.

Hay personas que tratan de relacionarse a través del sexo, digamos, gimnástico, siendo eso la prueba en realidad de las enormes dificultades para relacionarse con los otros, del sexo como intento fallido y frustrante de suplantar una comunicación imposible, del dolor y el encierro de la carne.
este artículo me lo he encontrado entre los papeles que suelo conservar, no viene el autor.

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