Pu Tai llevaba una larga hora caminando bajo el sol de la tarde, cuando oyó una voz a sus espaldas. “¡ Espera, espera un momento!”- le gritó un aldeano de Chie – “ tengo que preguntarte algo”.
- Tu dirás.
- ¿ Es malo que un niño de seis años no haya reído nunca?
- El hombre del saco de tela lo miró extrañado.
- Se trata de mi sobrino, el hijo de mi hermana Peonía Roja.
- ¿ Qué le sucede?
- Es incapaz de esbozar la menor sonrisa y mucho menos de reír, y sin embargo no parece que esté enfermo.
- Algún punto habrá por el que se pueda entrar a su corazón.
- Contestó Pu Tai pensativo.
- Lo hemos intentado todo, parientes y médicos, pero su pétrea expresión no se ha movido ni el grosor de un dedo hacia el placer de sonreír.
Pu Tai decidió visitar al niño, y acompañó al hombre a la casa de Peonía Roja, la cual quedaba en el camino de los vientos. Al ver al chico y palparle los pulsos comprendió que se hallaba escaso de afecto. Su madre tenía otros hijos a los que atender, era viuda y vivía de lo que lo que le daban un miserable huerto y una vaca de expresión estúpida.
Pu Tai aceptó un agrio té de camelias blancas, mordió un par de galletas rancias, suspiró, dio unas cuantas vueltas, hizo sonar su vientre como un tambor y finalmente le dio un intenso, cariñoso abrazo al niño cuyo silencio superaba al de los leños abandonados.
Peonía Roja y su hermano observaban expectantes. Por tres veces repitió Pu Tai el abrazo, aumentando cada vez, con precisos jadeos, la temperatura de su cuerpo. Cuando parecía que no iba a ocurrir nada, el niño comenzó a parpadear y parpadear, despertando del sueño de su apatía, emergiendo como una mariposa de la crisálida de su indiferencia.
A continuación, miró a cada uno de los allí presentes y mostró todas las sonrisas acumuladas durante años en una sonora expansión de labios felices.
- ¿ Qué le has hecho? – preguntó la madre, Peonía Roja, que no cabía en sí de gozo.
- En el abrazo, nuestros oídos escuchan lo que no se dice – respondió Pu Tai.
"Calzado con zapatones de madera de fresno y suela de piedra. Porta una honda y un catalejo. Ayuda a encontrar los objetos perdidos por la personas buenas, pero no socorre a quienes tengan mala intención, burlándose de estos desde su escondite en la espesura".
miércoles, julio 27, 2005
EL NIÑO QUE NO SABÍA REÍR
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