Perdonen que no me levante. Les digo así, como reza en el epitafio que preside la tumba de Groucho Marx, porque yo soy un muerto. Sí.
Sí. Lo que ustedes oyen. ¿Qué pasa? ¿No me creen? Acérquense. No tengan miedo. No hay por qué temer a lo que no pertenece a este mundo. Si les hace falta toquen mi piel. ¿Lo notan? Es hueca y pálida como una nube y tan fría como la nieve. ¿Lo perciben?
Pero no se preocupen por mí, estoy tan bien que no quiero ni que dios me resucite. ¿Volver a padecer lo que he sufrido? ¡Ni hablar! Además, ustedes no tienen ni puñetera idea de lo que es ésto. El verdadero alcance de la muerte sólo podemos sentirlo quienes estamos aquí, del otro lado del reloj, como almas en pena esperando que se termine de una vez para siempre la eternidad, en medio de esta calma, de este asombro, de esta silenciosa y absurda detención del tiempo. [ + ]
No hay comentarios:
Publicar un comentario