miércoles, diciembre 14, 2005

Bush contable

Así como existe un umbral máximo de audición y daría igual que al lado de nuestra oreja favorita dispararan un revólver o un cañón, también existe un umbral máximo de capacidad perceptiva de la compasión. ¿Qué más da que mueran en un terremoto 10.000 personas que 10.005? Los muertos en las guerras, según Napoleón, que vio de cerca a muchos, son siempre los mismos. No se tocan, pero se cuentan. El presidente Bush, que es en opinión de algunos expertos el inquilino más mediocre de la Casa Blanca a lo largo de toda la Historia, parece que lleva con toda exactitud la contabilidad y ha cifrado en 30.000 los civiles fallecidos de muerte antinatural, que es la más normal en época de guerra, durante la invasión de Irak.

Para justificarla esgrimió primero el falaz argumento de que ese país almacenaba en secretos arsenales bombas de destrucción masiva. Artilugios semejantes a los que él custodia en exclusiva. Quinientos inspectores husmearon por todas partes y no encontraron más que alfanjes orinientos. En vista de eso, el señor presidente ha tenido que variar su tesis invasora y ahora dice que volvería a tomar la terrible decisión, ya que «el mundo vive mejor sin la presencia de Sadam». ¿Qué organismo internacional se atreve a preguntar si el mundo viviría mejor sin la presencia de Bush?

Pasar por el mundo sin haber contribuido a empeorarlo es toda una hazaña. Haber hecho algo para que no sea un lugar peor es empresa destinada a algunos seres humanos, desde Francisco de Asís al doctor Fleming, pasando por cualquier modesto artesano y cualquier poeta menor. La guerra de Irak, que está muy lejos de haberse terminado ha sido y está siendo no sólo un horror, sino un error. Únicamente un tipo como Bush podía estar dispuesto a repetirla. Quizá no le cuadre aún el número de muertos.
MANUEL ALCÁNTARA.

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