Un artículo de un buen periodista, Manuel Martín Ferrand, que no fuma pero no deja que le vendan la moto.
DESPUÉS de 414 días sin fumar estoy en condiciones de enfrentarme a la Ley Antitabaco, que entrará en vigor pasado mañana, con el ánimo libre y cortito de pasiones. Por eso me atrevo a responder la pregunta que me formula una inteligente lectora valenciana: «¿Si el PP hubiera estado en turno de poder, se hubiera aprobado esa ley en términos parecidos a los que promovió el PSOE?».
Hace unos días, cuando sólo llevaba 402 sin llevarme un cigarro a los pulmones, ya escribí aquí que «no entra dentro de las funciones del Estado la fijación de pautas de conducta individual». Esa afirmación es, precisamente, la que provoca la cuestión que, con picardía bipolar, plantea mi corresponsal. Así visto, contrastada la unanimidad con que la dichosa ley sale a la calle y comprobado que la libertad individual no es, como debiera, el fin último de nuestros planteamientos de convivencia sólo cabe responder: sí, la actitud del PP en materia antitabaco no hubiera sido muy distinta que la de los socialistas. La libertad individual, por muchas protestas que sobre ella hagan los unos y los otros, no es el centro de la diana de ninguno de los dos grandes partidos nacionales; tampoco, por cuestión de principios, del tercero y, menos todavía, de los grupos y grupitos de vocación centrífuga e instalación periférica.
El humo del tabaco, por supuesto, molesta a los no fumadores y eso, sin necesidad de demostrar el perjuicio, es suficiente para exigir la correcta moderación —la buena educación— de quienes fuman; pero, sin perturbar el orden de valores clásico de la democracia, no debiera ser suficiente para atentar contra la libertad individual de fumar o dejar de hacerlo. Se supone que los fumadores, por serlo o haberlo sido, morimos antes y, en consecuencia, constituimos un notable ahorro en la asistencia sanitaria y en las pensiones con respecto a quienes, por no fumar, llegarán a centenarios y vaciarán con las prestaciones que les correspondan las arcas del Estado.
Los efectos dañinos del tabaco, que son evidentes, no justifican la prohibición promovida por las fuerzas políticas que tratan de modificar los hábitos de más de un tercio de la población. De lo que se trata es de, también en el territorio de la salud, aprovechar los vientos dominantes para ejercer sobre la ciudadanía un ejercicio de doma, algo equivalente a lo que, en otros niveles zoológicos, vemos en el circo. Si la libertad fuera un valor en cotización en este decaído Continente, no sería viable una prohibición de esa naturaleza; pero no lo es y el plan para llegar a controlar nuestras conciencias se pone en evidencia: primero se rebaja el valor y el contenido educativos y, mientras se difumina el principio de autoridad, se domestica a los díscolos con castigos corporales como, por ejemplo, dejar de fumar. Perverso, pero liberticida, que es de lo que se trata.
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