viernes, diciembre 30, 2005

Un ejercicio de doma

Un artículo de un buen periodista, Manuel Martín Ferrand, que no fuma pero no deja que le vendan la moto.

DESPUÉS de 414 días sin fumar es­toy en condiciones de enfrentar­me a la Ley Antitabaco, que entra­rá en vigor pasado mañana, con el ánimo libre y cortito de pasiones. Por eso me atre­vo a responder la pregunta que me formu­la una inteligente lectora valenciana: «¿Si el PP hubiera estado en turno de poder, se hubiera aprobado esa ley en términos pa­recidos a los que promovió el PSOE?».

Hace unos días, cuando sólo llevaba 402 sin llevarme un cigarro a los pulmones, ya escribí aquí que «no entra dentro de las fun­ciones del Estado la fija­ción de pautas de conduc­ta individual». Esa afir­mación es, precisamen­te, la que provoca la cues­tión que, con picardía bi­polar, plantea mi corres­ponsal. Así visto, contras­tada la unanimidad con que la dichosa ley sale a la calle y comprobado que la liber­tad individual no es, como debiera, el fin último de nuestros planteamientos de con­vivencia sólo cabe responder: sí, la acti­tud del PP en materia antitabaco no hubie­ra sido muy distinta que la de los socialis­tas. La libertad individual, por muchas protestas que sobre ella hagan los unos y los otros, no es el centro de la diana de nin­guno de los dos grandes partidos naciona­les; tampoco, por cuestión de principios, del tercero y, menos todavía, de los gru­pos y grupitos de vocación centrífuga e instalación periférica.

El humo del tabaco, por supuesto, mo­lesta a los no fumadores y eso, sin necesi­dad de demostrar el perjuicio, es suficien­te para exigir la correcta moderación —la buena educación— de quienes fuman; pe­ro, sin perturbar el orden de valores clási­co de la democracia, no debiera ser sufi­ciente para atentar contra la libertad indi­vidual de fumar o dejar de hacerlo. Se su­pone que los fumadores, por serlo o haber­lo sido, morimos antes y, en consecuen­cia, constituimos un notable ahorro en la asistencia sanitaria y en las pensiones con respecto a quienes, por no fumar, lle­garán a centenarios y vaciarán con las prestaciones que les correspondan las ar­cas del Estado.

Los efectos dañinos del tabaco, que son evidentes, no justifican la prohibi­ción promovida por las fuerzas políticas que tratan de modificar los hábitos de más de un tercio de la población. De lo que se trata es de, también en el territo­rio de la salud, aprovechar los vientos do­minantes para ejercer sobre la ciudada­nía un ejercicio de doma, algo equivalen­te a lo que, en otros niveles zoológicos, vemos en el circo. Si la libertad fuera un valor en cotización en este decaído Conti­nente, no sería viable una prohibición de esa naturaleza; pero no lo es y el plan pa­ra llegar a controlar nuestras concien­cias se pone en evidencia: primero se re­baja el valor y el contenido educativos y, mientras se difumina el principio de au­toridad, se domestica a los díscolos con castigos corporales como, por ejemplo, dejar de fumar. Perverso, pero libertici­da, que es de lo que se trata.

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