Quevedo. Discutía con sus amigos sobre la facilidad o dificultad de decir algo y, cansado de que no le escucharan, apostó con ellos a que le diría a Mariana de Austria que era coja. El revuelo fue mayúsculo, y más cuando, al día siguiente, apareció don Francisco ante la Reina con dos flores en la mano y se las ofreció, diciendo: “ entre el clavel y la rosa, vuestra majestad, escoja”.
Bretón de los Herreros. Este autor teatral del siglo XIX tenía por vecino a un médico llamado Mata con el que se llevaba fatal, hasta el punto de que el galeno colgó en la puerta del artista un cartel que decía: “Dentro de esta habitación no vive ningún Bretón”. Al día siguiente, la puerta del médico tenía otro letrero igual de ingenioso: “Vive en esta vecindad/ cierto médico poeta/ que al pie de cada receta/ pone Mata...y es verdad.
Alejandro Magno. Tras capturar a un pirata, le recriminó su “profesión”, a lo que el hombre respondió:”Soy pirata porque no tengo más que un barco, si tuviera una flota, sería un conquistador”. Ante tal razonamiento, Alejandro Magno lo dejó en libertad.
Guy Mollet. estaba el político francés (1905-75) en casa de unos amigos cuando observó, asombrado, cómo el hijo de éstos se tomaba el aceite de ricino son protestar ni hacerle ascos. El padre de la criatura le dijo: “ es muy dócil. Se traga todo lo que le dan”. A lo que Mollet apostilló: “ el día de mañana será un perfecto elector”.
Bernard Shaw. Estaba con dos amigos, uno abogado y otro cirujano, que no paraban de contar historias en las que los escritores quedaban mal parados. Él callaba hasta que le pidieron que contara una anécdota, y Shaw dijo: “ Sé sólo una. Durante una operación, un cirujano perdió los nervios y, por equivocación, le amputó al paciente la conciencia”. “ ¿Nada más?”, inquirió el abogado. “No; el enfermo sanó, a pesar de todo. Pero, como no tenía conciencia, tuvo que trabajar como abogado”.
Weyler. Una vez llamó por teléfono a una dependencia del ejército y pidió por el capitán. “está en la instrucción – le dijeron -. Llame más tarde”. “¡ Qué se ponga”!¡Váyase al cuerno!”¿ Sabe usted quién soy?”. “No, ni me importa”. “ Soy el general Weyler”. “ ¿Y usted sabe quién soy yo?” . “No”. “Menos mal”. Y el soldado colgó el teléfono.
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