sábado, abril 30, 2005

Del pollo pera al bollicao

el lenguaje de la calle

Nuestra habla se encuentra en un constante proceso de evolución¿ vivimos una renovación o tendemos a la pobreza expresiva?
Antes de mandar, todo patrón debería aprender a pronunciar correctamente su imposición. Ruegos como traerme, levantaros o esperarme- en lugar de traedme, levantaos o esperadme- hacen tambalear su crédito a la fuerza.


¿Se está deteriorando nuestra lengua? “Quizá se está vulgarizando, lo que no es necesariamente una devaluación sin compensaciones” dijo una vez el académico de la lengua Antonio Buero Vallejo.

De lo flexible que es nuestra habla dan buena muestra ciertos términos más o menos nuevos como ecoataúd, telemarujeo, glamouroso, felipista, guerrista, celiano o thatcherismo, algunos son recogidos por el (DRAE) y otros se irán perdiendo porque no calan en el habla y se van olvidando, son palabra de moda pasajera. “Por fortuna- dijo una vez el académico antes citado- el instinto general termina por mostrarse más vigilante de lo que creemos”. Recuerda con simpatía que en su juventud se decía “pollo pera” una vulgaridad chistosa que se ha perdido para siempre. Aunque lamenta que vayan desapareciendo los diminutivos que antes enriquecían tanto nuestra lengua. Antes se decía pueblecito, casita o niñito. Hoy y probablemente a causa del poderoso influjo francés en nuestra lengua se sustituyen por pueblo pequeño, casa pequeña o niño pequeño.

Los peligros suelen venir del exterior, pero lo mejor es que tratemos de aprovechar las ventajas que nos puedan traer, sin menoscabo de la propia identidad. Con algunas palabras de producción nacional ocurre que se abusa desaforadamente de ellas, como por ejemplo el término emblemático, se utiliza para calificar absolutamente todo; otra palabra que designa practicamente todas las situaciones a las que nos podamos referir es tema, y la expresión, y un largo etcétera( todos los etcéteras son largos, puesto que evitan una enumeración consabida) , se utiliza mucho también a nivel de, un giro que debe reservarse para los casos en que efectivamente haya niveles:” El paro tendrá que ser debatido a nivel de subsecretarios”.

Lo que es innegable, por más quebraderos de cabeza que esto acarree a los académicos de la Lengua Española, es que nuestro idioma se forma en la calle, que lo deciden sus gentes y sus escritores creando nuevas palabras y otras significaciones.
Un pequeño periplo por la geografía española basta para confirmar que las conversaciones populares, con sus dimes y diretes, recogen el testimonio más valioso del momento exacto que vive nuestra lengua.

la calle en las comunidades

Empecemos en Castilla-León. Si a un turista le ofrecieran en la comarca próxima a la Sierra de Gredos un calvote, de poco le serviría acudir al diccionario en busca del significado de tan insólita oferta. Quizá deduciría que se trata de un calvo corpulento, en lugar de la castaña asada que en realidad expresa este término. En todos los rincones de España, el habla popular, ajena a los dictados de la Real Academia, ha sido más fecunda en giros y expresiones que cualquier otra institución.
Cada región se encarga, además, de adornar su peculiar lenguaje con el deje característico de sus gentes. Esto sucede sobre todo en Andalucía, donde el gracejo de su acento no tiene par. Sus evidentes peculiaridades de dicción transforman hasta la palabra más común.
Los andaluces parecen haberse apropiado de la filosofía de Luis Candelas , pues reparten por un lado lo que sustraen por otro. Regatean sus caminos orales, tanto cuando pronuncian alcohol, dao, deo, madrugá, nacacé o tevanterá, como cuando prescinden de la preposición de ( ni un pelo tonto). Pero se esfuerzan por compensar generosamente el lenguaje cuando dicen muncho, diferiencia, raspapolvo, amoto o arrecío de frío.

Sin embargo este juego o baile de letras no es exclusivo del sur español. Los gallegos, por ejemplo, se ahorran a menudo la c de perfecto y exacto, al mismo tiempo que añaden otras consonantes y vocablos originales en frases como: estoy esperando por Juan o cuando haiga venido.

En nuestra lengua, los verbos sufren más alteraciones que otros vocablos, si en el País Vasco y en Cantabria se trata de la forma condicional ( si habría llovido estaría mojado), en Castilla-León, Madrid y Castilla- La Mancha no hay modo de eliminar la letra s en la segunda persona del singular del pretérito perfecto ( tuvistes) , ( en una canción de Mecano , la fuerza del destino, se puede apreciar esta alteración, tu contestastes que no) en algunas zonas de estas comunidades está lluviendo en lugar de lloviendo y a las avispas acaban nombrándolas obispas. En Cataluña los nombres propios descienden a la categoría de comunes por la costumbre de sus habitantes de añadir el artículo la o el a las personas; el Carles, la Montse, etcétera.
En Cantabria hay dos palabras que se emplean constantemente, que son: sincio y pindio. Sincio se utiliza como sustituto de, muchas ganas, aunque tiene también connotaciones de pequeño síndrome de abstinencia, "tengo sincio de helado de chocolate", y pindio se utiliza cuando te refieres a que, una pendiente es muy pronunciada, "la cuesta del castillo es muy pindia".

Se suele abusar de algunos vocablos en detrimento de otros. Se suele decir sofisticado cuando es mejor decir complejo o complicado, se dice incidir, cuando es mejor influir o repercutir, optimizar por mejorar.

Así las cosas, difícil lo tienen en el noble caserón situado en la madrileña calle de Felipe IV, sede de la Academia. Ella es testigo imperecedero de lo efímero, provisional e improvisado de nuestro lenguaje. Su tarea de limpiar, fijar y dar esplendor incluye la de buscar el equilibrio entre el purismo exacerbado de la lengua y el capricho del habla popular.

Marian Benito

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