Los nuevos ricos tienen tendencia a llevar a sus hijos a escuelas de pago porque como buenos nuevos ricos están convencidos de que lo que se paga es mejor que lo que no se paga. Y aunque esto sea discutible, lo peor es que la afirmación es falsa porque todos pagamos la escuela pública con nuestros impuestos. La escuela pública es un derecho que figura en la Constitución y que nosotros, displicentes con los derechos que consideramos objetivos únicamente dedicados a la beneficencia, ignoramos o incluso despreciamos.
La escuela privada, en cambio, es la que se paga cada cual de su bolsillo. O lo era. Porque se da la circunstancia, realmente impropia de un Estado de Derecho, que las escuelas privadas religiosas reciben hoy tanto dinero del Estado como la escuela pública, a pesar de que según la Constitución España es un país laico.
La escuela pública, además de ser un derecho, es un ámbito en el que no caben los exclusivismos. Todos los que asisten a ella viven desde su infancia el derecho humano que primero se cita en la Declaración de los Derechos Humanos: "Todos los seres humanos nacen iguales en dignidad y derechos". Así es como se vive en la escuela pública, sin diferencia de ningún tipo.
En la escuela pública está vivo el valor fundamental de la vida que ha de regir el comportamiento del ser humano además de la igualdad: la libertad. Porque la escuela pública no está sometida a ninguna coacción religiosa ni política como la escuela privada que forzosamente ha de depender de una cierta ideología, de una cierta religión, no sólo como elemento de creencia personal sino como sumisión a unos principios que dictan ellos, y unas pautas del comportamiento cuyo cumplimiento es obligatorio. La escuela pública en este sentido es fiel a la Constitución según la cual España es un país laico. Y sin embargo no por ello desatiende al conocimiento de esas religiones y esas ideologías en la misma medida que atiende a otras muchas que tienen influencia en nuestra cultura.
La escuela pública, pues, olvidando privilegios de familias, fortunas y castas, educa en la igualdad, un bien supremo que facilita la convivencia y aleja fantasmas de racismos y exclusivismos. Además, y precisamente por ello, eleva el nivel ético general de la población.
Un país con una escuela pública bien cimentada y con un gobierno que le conceda el presupuesto necesario para su buen desarrollo, tiene en su haber un tesoro en la educación de sus ciudadanos que de ningún modo puede compararse al que se logra con la escuela privada. Pero para creer en este principio elemental los padres han de tener conciencia de la importancia de los derechos humanos y de los derechos civiles, conocer las exigencias de la Constitución Española, y estar convencidos de que un buen gobierno es sobre todo aquel que considera una prioridad, la escuela pública.
“Un país con una escuela pública bien cimentada y con un gobierno que le conceda el presupuesto necesario para su buen desarrollo, tiene en su haber un tesoro en la educación de sus ciudadanos que de ningún modo puede compararse al que se logra con la escuela privada”
Rosa Regás.
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