Me acuerdo que cuando vivía en Madrid( porque ahora soy pija manifiesta y vivo en Nueva York, que es ya como el colmo de la tontería) iba a Jacques Dessanges, una peluquería superpija donde me lavaba el pelo completamente tumbada un muchachito colombiano que masajeaba el cuero cabelludo de tal manera que te daban ganas de decirle: treinta euros más bonito y me haces un completo. Porque, queridas amigas, no es bueno llegar a casa con la calentura. No siempre te secundan. Pero no nos pongamos tristes, todo llegará. Aquí, en Niu Yol, hay unas señoritas japonesas que masajean a los ejecutivos en la hora del bocadillo y por unos dólares más rematan la faena. Un handjob, le llaman; o sea, una pajilla. Lo digo con diminutivo porque no quiero pasar a la historia del periodismo como la más ordinaria. Ese tipo de servicios son sólo para hombres, porque se supone que a las mujeres sólo nos mueve la fuerza del cariño. Ay, ay, ay. Qué gran malentendido; las mujeres somos víctimas del tópico y de la literatura femenina, y así nos va.
El otro día fui a ver Kinsey, la película del sexólogo; por cierto, el director de la película se llama Condón, algo que no ha subrayado ningún crítico, y es que los críticos van a lo que van, a cargarse las películas, a no ser que sean chinas y in coñazo sideral, como 2046. decía el Informe Kinsey que en los años cincuenta los hombres creían que las mujeres normales eran capaces de conseguir el orgasmo gracias a la penetración. Qué tontos son los hombres. Cincuenta años después lo siguen creyendo:¡ dejémosles vivir con su ilusión!, y, mientras, montemos un negocio de japoneses masajeadores destinado a la mujer. Es un nicho de mercado que está pidiendo a gritos hacerse realidad. Queridas amigas: esos jodidos japoneses no iban a morirse de hambre. Hay mucha desesperada que cambiaría su hora de comer por un completo. Con el consiguiente beneficio de no engordar y de activar a la postre, la circulación y la serotonina.
Ustedes pensarán que las mujeres se morirían de vergüenza antes de acudir a estos centros japoneses del placer.¡Ja! Para dar ese paso, pequeño para la mujer, pero grande para la humanidad, lo único que hace falta es que nos lo recete un ginecólogo, porque las mujeres, o bien hacemos las cosas por amor (prisioneras del tópico), o bien porque nos las receta un ginecólogo. Ya puede ser una mujer legionaria de Cristo, que si su ginecólogo le prescribe un handjob, esa mujer es capaz de sacarse un bono- polvo sin que le tiemble el pulso. Las mujeres son muy frías, ustedes no las conocen bien.
El bono-polvo, por cierto, es un servicio que ofrece una casa de citas en Granada para clientes habituales, y que yo encuentro divino. Pero no era mi intención hablar de sexo, aunque soy consciente de que el 90% de mis lectores sólo busca en estos artículos la satisfacción sexual que no encuentran en sus anodinas vida privadas. Yo simplemente recordaba esos tiempos en que iba a la peluquería y un joven colombiano me masajeaba con voluptuosidad.
Elvira Lindo. Extracto del artículo aparecido en el País el 3-4-2005.
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