John y Thomas son los nombres, ficticios, de dos hermanos varones gemelos, reales, que nacieron hace 12 años en la maternidad de una ciudad cualquiera de Estados Unidos. Habían venido al mundo prematuramente y con bajo peso. Ambos fueron colocados en sendas incubadoras y recibieron los necesarios cuidados médicos neonatales que su caso requería. Con el paso de los primeros días, mientras que John evolucionaba con normalidad e iba ganando peso, Thomas, el más inmaduro, no prosperaba.
Preocupada, la jefa de enfermeras del servicio de neonatología decidió ponerlos juntos en la misma incubadora. Pensaba que el más débil, al notar cercana la presencia de su hermano, con el que había compartido su existencia desde que ambos eran dos células microscópicas, tal vez podría sentirse mejor.
La enfermera observó con perpleja curiosidad cómo John enseguida colocó su diminuto brazo sobre su hermano, como si tratara de abrazarle y protegerle. A partir de ese momento, Thomas empezó a evolucionar favorablemente y a ganar peso.
Esta enternecedora historia fue publicada en la revista Reader’s Digest en los años noventa y leída por un médico español del hospital Clínico San Carlos, de Madrid, Pedro Tarquis, que no recuerda los detalles, pero sí la esencia: “Me enseñó a valorar la importancia de la afectividad y la empatía en el trato con el paciente”. Guardó el recorte con la foto.
Este relato forma parte de un reportaje de MAYKA SÁNCHEZ en el país semanal, titulado la maravillosa mente de un bebé, para el que le interese y mientras dure gratis, aquí.
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