Asegurar que el hombre es un “animal racional” o “un ser pensante” parecen definiciones algo pretenciosas, a la vista de cómo va el mundo. Quizá sea más ajustado a la verdad decir que somos “animales dotados de lenguaje”, “animales que hablan”, incluso si se quiere, “animales parlanchines”. Pero desde luego lo que cada vez va siendo más difícil asegurar de nuestros congéneres es que sean animales que conversan.
Hablamos, pero no conversamos. Disputamos, pero rara vez discutimos. La conversación no consiste en formular peticiones o súplicas, ni en ladrarse órdenes o amenazas, ni siquiera en susurrar halagos o promesas de amor. El arte de la conversación es el estadio más sofisticado, más civilizado, de la comunicación por medio de la palabra. Un arte hecho de inteligencia, de humor, de buenos argumentos, de anécdotas e historias apropiadas, de atención a lo que dice el vecino, de respeto crítico, de cortesía...Es tan sofisticado y civilizado este arte que hoy probablemente sólo sigue estando al alcance de algunas tribus del Kalahari que desconocen tanto la prisa funcional como la jerga cibernética.
Si los historiadores no nos engañan la gran época del arte de la conversación en Europa fue el siglo XVIII. Por lo visto, entonces la gente – la gente privilegiada, quienes tenían la suerte de no ser tan nobles como para que les disculparan socialmente la estupidez ni tan pobres como para verse condenados a la ignorancia afanosa- solía reunirse en los salones presididos por unas cuantas mujeres inteligentes para producir charlas que eran como pequeñas obras maestras efímeras. Charlas con la fragancia de unas palabras que no eran meras herramientas, sino arte para disfrutar mejor de la vida...
Me viene a la memoria el delicioso ensayito sobre la conversación que escribió el abate André Morellet como comentario a otro anterior y no menos perspicaz de Jonathan Swift (Rivages - Payot, París). El abate Morellet fue un amigo de los enciclopedistas( se le llamó”el teólogo de la Enciclopedia”), pero compuso su elogio de la buena conversación ya entrado el siglo XIX, cuando la época de los salones había terminado.Propone una serie de advertencias sobre los defectos que impiden charlar civilizadamente: la falta de atención a lo que dice el otro, el afán de ser gracioso a cualquier precio, la pedantería, el saltar sin cesar de un tema a otro, la manía de llevar la contraria por sistema, etcétera...Creo que los participantes habituales en las tertulias radiofónicas - sustitutas mediáticas actuales de aquellos salones – no perderían nada siguiendo algunos de sus consejos.
Asegura Morellet que “ el movimiento de la conversación da al espíritu mayor actividad, más firmeza a la memoria y al juicio mayor penetración”. Y concluye que “la conversación es la gran escuela del espíritu, no sólo en el sentido de que lo enriquece con conocimientos que difícilmente podría haber obtenido de otras fuentes, sino también haciéndolo más vigoroso, más justo, más penetrante, más profundo”. Yo añadiría que nos hace también más civilizados y más humanos. Conversar fue un arte en el que cualquiera podía sentirse artista y a la vez disfrutar del talento ajeno. Un arte muy barato, además; pero hoy sólo creemos en lo que compramos caro y en lo que nos permite seguir comprando...
Fernando Sabater
"Calzado con zapatones de madera de fresno y suela de piedra. Porta una honda y un catalejo. Ayuda a encontrar los objetos perdidos por la personas buenas, pero no socorre a quienes tengan mala intención, burlándose de estos desde su escondite en la espesura".
domingo, mayo 08, 2005
El Arte de la conversación
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario