Los genios son así, irrepetibles:
Patricia Highmisth («A pleno sol») llegó a contarle a Georges Simenon («El hombre que miraba pasar los trenes») tres mil amantes y más de mil novelas. Sin embargo, el creador del inspector Jules Maigret se confesó en 1977 ante Federico Fellini y sus cifras no coincidían con las de la inventora de Ripley: «Sabe, Fellini -le dijo Simenon-, creo que en mi vida fui más Casanova que usted. Hace uno o dos años, una vez hice la cuenta. Desde los trece años y medio, tuve diez mil mujeres. Y eso no fue vicio. No soy un vicioso sexual, sino que tenía la necesidad de comunicarme». La mujer era su musa.
Gabriel García Márquez («El amor en los tiempos del cólera») requiere una flor amarilla sobre su mesa para poder trabajar. Llegó a usar medio millar de florecillas para escribir un cuento de doce hojas. Si no tiene flores, Gabo necesita estar rodeado de mujeres. El Nobel colombiano escribe para que le quieran más.
Mario Vargas Llosa («La ciudad y los perros») suele escribir rodeado de numerosas figuras de hipopótamos. El resultado es siempre el mismo: una sublime obra maestra. [ + ]
¡Ay! los genios, hay que tener mucho cuidado con algunos, sobre todo si se es mujer. No entiendo si no es desde la broma eso de que has estado con 10.000 mujeres para comunicarte, eso es el colmo de la incomunicación creo yo. Lo genios son por lo que parece, no todos claro está, un poco inmaduros afectivos, un poco exhibicionistas y como todos tienen una gran afan de que les quieran.
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